(29 DE SEPTIEMBRE DE 2014)
… Y me quedé un rato.
LA GRAN FAMILIA Y SUS CUENTOS DE TERROR
Jorge Romero
Casi pasados los efluvios del más patriótico de los meses para el mexicanote que traemos dentro he llegado a la conclusión de que la convivencia es un estado de éxtasis y el éxtasis no es necesariamente una sensación que produzca un final benéfico y halagüeño.
Para mí han sido semanas así de igualitas a las del resto del año y sólo me he dedicado a estudiar los misteriosos comportamientos de mis semejantes (que no lo son tanto) ante el fiesterío que se arma por la independencia (cuál) que vivimos (dicen) desde hace 204 años.
Todo sea por beber.
El éxtasis, como les decía, es conductor de todo tipo de motivos del hombre (y la mujer, para que no se me enojen las y los feministas –estos últimos son pocos, pero los hay-), desde deseados encuentros familiares hasta indeseados desencuentros con éstos… o con aquellos.
En México, como en la mayoría de los países latinoamericanos (al menos eso me han hecho creer los libros, los viajes y las películas), la familia es nuestro estereotipo de institución. Nuestro paradigma de bienestar afectivo, cimiento de la nación y hasta intocable mandamiento divino, como si no existiese algún incómodo miembro que nos invitara a estrangularlo o mínimo a pisarle un pie y reventarle un ojo de pescado por ser tan mamila o conflictivo. No es perfecta nuestra familia, pero es nuestra. La única que tenemos y la queremos a pesar de sus propios integrantes (y así lo piensan ellos, de uno… y no estoy intrigando).
Esta breve reflexión la considero oportuna antes de contarles, queridos lector lectora, un episodio más de mis aventuras.
Fíjense que mis vecinos (mi familia de hábitat, digamos, en esta rumbosa colonia) poseen una admirable capacidad de gritería, borlote y pachanga, y de generar espectáculos caligulescos y casi sodomitas. Hace unas noches apenas celebraron, junto a los infaltables pastores religiosos de alguna de las iglesitas que pululan ahora para hacer marmaja, un concurso que como verdaderas lumbreras de la imaginación han llamado Señorita Independencia.
Hube de ver primero, al asomarme por la ventana de mi apartamento a mi vecino de enfrente, don Cosme, con sus pantalones de vestir y campana ancha, su camisa floreada y medalla al pecho, oliendo a colonia –a fragancia pues, no a barrio- y tomado de la mano, muy orondo, de su distinguidísima esposa doña Flavia, que de tanto maquillaje parecía pambazo a punto de freírse. Ambos, cuello erguido y cabeza levantada, se reunieron con algunos otros moradores para enfilarse a una cancha de futbol en donde se llevaría a cabo la verbena que coronaría a la flor más bella del ejido, cortesía de la feligresía protestante de la comuna.
Entre los allí presentes, el padrón de mi edificio, el seis, pasó revista: el administrador, de hermoso nombre (Jorge), compulso bebedor, y señora (Eladia). Doña Cuquita, una venerable ancianita de angelical y tierna mirada, quien ha perdido la fuerza de los músculos corporales (creía yo), menos los de la lengua, la cual sigue batiendo con singular alegría cuando se trata de hablar mal del prójimo, junto a doña Rosa, su fiel escudera en las artes de la rumorología. Asistió hasta la señora Agatha, la pipirisnáis del edificio, ella sí vestida de seda y encajes, con bolsa y reloj de marca, pero acompañada de una de sus nietas, pues su esposo es más apretado que calzón de luchador.
Desde luego éste, su Adalid de Petate, decidió hacer gala de sus mejores ropas y acudió solo y sólo para ver lo que allí acontecería. Atestaba el sitio, la mayoría de los habitantes de los edificios, entre ellos jóvenes y púberes que semana a semana se congregan en torno a los pastores.
Luego de una oración de media hora inició la cuenta regresiva y tras la presentación del honorable jurado calificador (casi siempre integrado por el delegado y familia, además de algún politiquillo de quinta con ínfulas de gobernador y quien resulta ser el invitado especial) desfilaron las escuálidas doncellas, ataviadas de los más excéntricos colores chillantes, zapatos de tacón alto cual si se hicieran llamar Dubraska o Lexi y un maquillaje que ya habría querido Cepillín en sus mejores tiempos. Extraño me parecía que siendo como son estos estandartes de la moral pueblerina permitieran tal espectáculo y más cuando cada que terminaba una ronda de calificación, el pastor gritaba: ¡Esto es en honor a ti, Señor!, y todos (menos su escribidor) respondían: ¡Así sea, Señor!
-Esto se va a poner bueno, me dije.
Mi sorpresa inicial fue cualquiera babosada cuando, después de elegir a Dayanara (N) como la Señorita Independencia –con las consecuentes mentadas y gritos de los allegados de las otras participantes sobre un posible fraude-, el pastor anfitrión agradeció a todos su cooperación voluntaria de 100 pesos que había levantado durante la semana previa (y en el acto a los colados como yo), pues permitió contratar los servicios de un musiquero al que, para no darle tanta publicidad llamaremos el Marsupial de los Teclados y quien, a ritmo de unas destrozadas cumbias (cumbias, las de Alberto Barros, diría mi primo El Mix) encendió los ánimos y puso a bailar a todo el respetable entre los que ya rolaban algunas cervezas y un extraño olor a hierba mala –elíxires prohibidos en tan beatos encuentros-. Ya cuando llegó la letra de la canción de “arrincónamela para arriba, arrincónamela para abajo”, con el clamor subsecuente de los enfiestados que casi aullaron de excitación, doña Flavia bailaba eróticamente con uno de los pastores, quien detrás de ella la tenía tomada por la cintura, mientras la Señorita Elegancia y la Señorita Simpatía (segundo y tercer sitio de la competencia que en honor a la verdad merecían la tiara que lucía Dayanara), hacían trenecito con don Cosme, quien ya lucía el pelambre del pecho al descubierto por el calor y los jaloneos que les daban las otrora prudentes doncellas. A un costado y a otro varias parejas daban rienda suelta a sus deseos carnales en tremendos arrimones. La escena, que habría firmado el Marqués de Sade en cualesquiera de sus novelas me tenía boquiabierto y estupefacto; el resto se contoneaba, incluyendo al sector de la tercera edad, entre quienes destacaba doña Cuquita con chico cigarrote en la comisura de los labios y una botella ámbar envuelta en papel periódico, que no podía ser otra cosa que una cerveza tamaño caguama.
¡Omaigad! Qué bizarros y folclóricos somos acá en la colonia, pensé.
Para rematar, el Marsupial se atrevió a pedirles que hicieran una bulla y además solicitó a las mejores bailarinas que subieran al escenario para mostrar cómo meneaban sus caderas, mientras él les aventaba agua en el torso para mojar sus blusas, en tanto la perrada sacaba sus celulares para tomarles la clásica gráfica tipo esprinbreic. Todo un acontecimiento cultural. Ni me espanto ni me doy golpes de pecho ni tampoco se trata de soltarles metralla, pero sí me tomó por sorpresa que un acto social de cariz religioso terminara con tintes sexuales y en un lugar público.
Cada fin de semana, si no salgo de la cuadra, me entero de cosas que no es que sean sobrenaturales, pero sí traspasan la delgada línea entre las buenas costumbres y las perturbaciones. Sé que todos tenemos sentimientos, sensaciones y sueños húmedos y por la noche hay muchos amantes del sadomasoquismo y toda clase de parafilias, quienes por la mañana son hombres y mujeres de bien y padres de familia con necesidad de desfogar sus ansias eróticas. Pero si se hace en lugar público allí están los mocosos tomando nota. Luego no nos quejemos de las aberraciones que suceden si no sabemos poner un freno a nuestros jadeos mentales.
Como dice la juventud de hoy: La familia vecinal es la onda.
LA FAMILIA PRIISTA
Dicen que el ejemplo cunde entre la familia. Y en el PRI, desde hace 80 años son un dechado de maravillosos estímulos de los buenos modales y valores morales.
Si no me cree, ahí está Alejandro García Ruiz, quien no por ser ex diputado oculta su cepa tricolor. Éste tuvo la gracia de decir en un programa de radio en Tapachula, Chiapas, que “las leyes son como las mujeres, se hicieron para violarlas”. Si quiere tacharme de criticón me aguanto, pero de verdad que ese señor es una bestia cavernaria. Queda asentado que no es la reencarnación de Albert Einstein, pero sus desbarres neuronales son de auténtico primate, con perdón de ellos, no vayan a enojarse conmigo y piensen que soy como el panista queretano Carlos Manuel Treviño Núñez, el que llamó simio al futbolista brasileño Ronaldinho, quien seguro habría hecho dudar sobre la evolución de las especies a Charles Darwin por tan poco criterio para razonar.
Lo increíble del pensamiento de García Ruiz no es que lo haya expresado, sino que lo copió (el político José Manuel Castelao, ex presidente de España fue el infortunado autor hace ya algún tiempo). Lo bruto se pega, en serio.
Ya ofreció disculpas, tan simples como su persona: “Perdón a quienes se sintieron ofendidos”.
El cándido Manlio. Un gran porcentaje de nuestra calamidad política se la debemos a la falta de memoria. Me resulta inconcebible que Manlio Fabio Beltrones exija se haga justicia (ésta conlleva honradez y decencia, cosas que a él no le sobran) en el asesinato del diputado federal jalisciense, Gabriel Gómez Michel. Don Beltrone nos quiere dar lecciones de moral, civismo y patriotismo a pesar de que su mentor fue Fernando Gutiérrez Barrios (quien desafortunadamente descansa en paz y sin castigo terrenal). Gutiérrez Barrios era algo así como uno de los jinetes del apocalipsis. Como dijo alguna vez el columnista coahuilense Juan Alfredo Reyes Ramos: “El Custodio de la seguridad nacional por 30 años era un adepto de la razón de Estado, de la violencia legal y, por qué no, del terrorismo institucional”. Digo, no creo que haya sido su maestro de literatura, pues no sería raro que algún día nos enteráramos que el desaparecido político fue brazo ejecutor de quién sabe cuántos crímenes de Estado.
Don Señor Estadista. La desmemoria nos da para más. Incluso para sentirnos orgullosos del “Jefe de Familia” que tenemos a nivel nacional, aunque sea “candil de la calle” y haya ido a la ONU para ofrecer a nuestro glorioso ejército como parte de las Fuerzas de Paz de la sociedad de naciones. Nuestro Ejército, querido paternóster, ha sido ejemplar en la lucha contra las drogas y en el apoyo total al pueblo mexicano en catástrofes naturales, pero no se escapa a la polémica y a los casos funestos, como el de Tlatlaya, Estado de México, en donde un observador de la ONU (casualmente) asegura que los 22 muertos de hace tres meses son el resultado de una ejecución sumaria y no de un enfrentamiento armado que, de comprobarse, representaría un uso excesivo de fuerza y una monstruosidad, además de una ilegalidad.
A las Fuerzas de Paz les llaman cascos azules, según los diplomáticos; ratas grises, según los pueblos que sufren intervencionismo.
Tres priistas hablando de valores morales. Lindos ellos.
Premio al padre de Familia. Por si eso fuera poco, la Fundación Appeal of Conscience (Fundación por un Llamado a la Conciencia) le entregó a nuestro querido presidente, el «Premio Estadista Mundial 2014» por su liderazgo y por tomar decisiones que han dado un «decidido impulso hacia adelante a su país y a su pueblo». Dicho reconocimiento –que más bien parece trofeo de liga amateur de futbol- le fue entregado por el rabino Arthur Schneier. Lo anterior me confirma que, sin importar doctrina, no debo creer en los líderes religiosos (pastores eróticos y sacerdotes pederastas olinclusib).
Eso sí, me interesa saber si nuestro ilustrísimo “Jefe de Familia” sería capaz de darles su trofeo como compensación a los deudos de Tlatlaya. O si en el estado de Guerrero están de acuerdo con aquello del impulso hacia adelante. Enriquito prefirió no ir a Acapulco a inaugurar un puente porque sintió como que la prensa (con toda y la consabida censura) iba a complicarle tan noble, profesional y esforzada labor con reclamos y preguntas sobre los crímenes cometidos (los ocho muertos de la última semana, entre ellos el asesinato del secretario general del PAN en la entidad, jóvenes futbolistas, normalistas baleados y más de 50 estudiantes desaparecidos, cortesía de policías y comandos armados). No le faltaría algún costeño, buen anfitrión como son los acapulqueños, que le ofreciera como gesto de buena voluntad un coctel de chilate con arsénico para festejarle su participación en la ONU.
No obstante, estoy pensando en hacer un mole con su respectivo arroz y destapar una botellita de mezcal para agasajarlo por su éxito. Quedan todos invitados a tan mexicanísimo huateque en honor a papá Quique.
La familia es un nido de perversiones, expresó la escritora y feminista Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo (1949). Y eso que no conocía al PRI.
VAYA UN BESO
Siempre hay lugar para un recuerdo lleno de amor en estos tiempos tan lastimados por el fastidioso proceso deshumanizante que es la modernidad.
Te envío un beso, Elda Pérez, donde quiera que te encuentres por esos caminos celestiales. Seguro, tan dulcera como eras, estarás comiéndote un buen pedazo de pastel y pidiendo más.
Jamás olvidaré tus cariñosísimas bendiciones y esos gotones de amor que me regalabas cada que los azares del destino me llevaban a tu nicho.
A un año de tu partida.
(Pa’ que veas que sí me acuerdo de ti, viejita).
Ya me voy.
Compártelo: Amigos y contactos, ya está mi nuevo artículo. Espero les guste. Saludos.
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